San Pablo
modelo de fe
I.
La Palabra de Dios
La fe de san Pablo “no es una teoría, una opinión sobre Dios y
el mundo. Su fe es el impacto del amor
de Dios en su corazón. Y así esta misma fe y amor por Jesucristo”[1]. La
fe y el amor que san Pablo ha experimentado por Jesucristo, los vemos descritos
en su carta dirigida a la comunidad de los Filipenses. Por lo que proponemos el
texto de Fil 3,1-11, para reflexionar sobre san Pablo como modelo de fe. Allí san
Pablo narra la sacudida que le provocó la revelación de Cristo. En este texto,
la conversión no viene narrada como en Gal 1,15.16, ni como lo hace el
evangelista Lucas en los Hechos de los Apóstoles (cf. 9, 3-19; 22, 6-16 y 26, 12-18);
aquí se pone en claro que ese acontecimiento fue la
pieza clave que provocó que un hebreo, cuya estirpe que se remonta a Benjamín y
a Jacob, descubriera lo poco que eso importaba… ante el encuentro con Dios.
Fil 3,1-11
«1Mientras tanto,
hermanos míos, alégrense en el Señor. A mí no me cuesta nada escribir las
mismas cosas, y para ustedes es una seguridad. 2¡Cuídense de los
perros, de los malos obreros y de los falsos circuncisos! 3Porque
los verdaderos circuncisos somos nosotros, los que ofrecemos un culto inspirado
en el Espíritu de Dios y nos gloriamos en Cristo Jesús, en lugar de poner
nuestra confianza en la carne, aunque yo también tengo motivos para poner mi
confianza en ella. 4Si alguien cree que puede confiar en la carne,
yo puedo hacerlo con mayor razón; 5circuncidado al octavo día; de la
raza de Israel y de la tribu de Benjamín; hebreo, hijo de hebreos; en cuanto a
la Ley, un fariseo; 6celoso perseguidor de la Iglesia; y en lo que
se refiere a la justicia que procede de la Ley, de una conducta irreprochable. 7Pero
todo lo que hasta ahora consideraba una ganancia, lo tengo por pérdida, a causa
de Cristo. 8Más aún, todo me parece una desventaja comparado con el
inapreciable conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por él he sacrificado
todas las cosas, a las que considero como desperdicio, con tal de ganar a
Cristo 9y estar unido a él, no con mi propia justicia –la que
procede de la Ley– sino con aquella que nace de la fe en Cristo, la que viene
de Dios y se funda en la fe. 10Así podré conocerlo a él, conocer el
poder de su resurrección y participar de sus sufrimientos, hasta hacerme
semejante a él en la muerte, 11a fin de llegar, si es posible, a la
resurrección de entre los muertos.»
La fe para san Pablo es una respuesta solícita al llamado de Dios (cf.
Gal 1, 16). Es la respuesta a una persona, no a un mandato. Es la aceptación de
un mensaje que se nos ha revelado. La fe es confianza en esa persona (cf. Fil
3,7). Es un acto, fruto de una decisión. Es la actitud de mantenerse fiel,
asumida después de haber decidido (cf. Gal 3, 1-4; 13-14; 4, 3-7).
San Pablo mismo se propone como modelo de fe, cuando dice a los
creyentes: “imiten mi ejemplo” (Fil 3,17).
Él se pone como modelo de respuesta al llamado de Jesucristo el Hijo de
Dios, quien con su vida, dio ejemplo de respuesta total al llamado de
Dios.
En la carta a los
Filipenses san Pablo dice a los creyentes que la manera de corresponder a la
llamada de Dios es teniendo los mismos sentimientos, las mismas actitudes y la
misma forma de obrar de Cristo (cf.
Fil 2, 1-5). La humildad, es el ejemplo o forma, en que el cristiano se asemeja
más a su Señor y el himno cristológico presenta el esquema de “humillación –
exaltación”, con el que podemos ver
claramente, que delante de la gloria va la humillación:
«6El, que era de condición
divina,
no consideró esta igualdad con Dios
como algo que debía guardar celosamente:
no consideró esta igualdad con Dios
como algo que debía guardar celosamente:
7 al contrario, se anonadó a sí mismo,
tomando la condición de servidor
y haciéndose semejante a los hombres.
Y presentándose con aspecto humano,
tomando la condición de servidor
y haciéndose semejante a los hombres.
Y presentándose con aspecto humano,
8 se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte
y muerte de cruz.
y muerte de cruz.
9 Por eso, Dios lo exaltó
y le dio el Nombre que está sobre todo nombre,
y le dio el Nombre que está sobre todo nombre,
10 para que al nombre de Jesús,
se doble toda rodilla
en el cielo, en la tierra y en los abismos,
se doble toda rodilla
en el cielo, en la tierra y en los abismos,
11 y toda lengua proclame para gloria de Dios Padre:
“Jesucristo es el Señor”» (Fil 2,6-11).
“Jesucristo es el Señor”» (Fil 2,6-11).
Ahora bien, san Pablo plasma estos sentimientos, actitudes y acciones en
su imitación (mimetés) de la forma de obrar de Jesús (Fil 3,4-11). Lo que era ganancia y que ahora
considera una pérdida, son aquellos factores familiares, étnicos, sociales,
religiosos, que se mencionan en los vv. 4-7. Lo que ahora es ganancia es el conocimiento de Cristo, Jesús mi Señor (v.8; cf. 1,21). El conocer
no es un saber intelectual. Es el conocer típico del Antiguo Testamento,
en relación con la obediencia; es
tener la Ley inscrita en el corazón, que es la sede de los afectos y decisiones
(cf. Os 4,1). El conocimiento de Cristo
es tener experiencia del amor y fidelidad de Dios.
San Pablo ha perdido todo (v.8), ha dejado de ser quien
era antes, ha dejado sin valor todo lo anterior, más aun, todo lo tiene por estiércol con tal de ganar a Cristo. Y vivir unido a
él con una salvación que no procede de la ley, sino de la fe… (v.9). San
Pablo, ya había aludido a cumplir la ley con la confianza en nosotros mismos
(cf. 3,4). Lo que verdaderamente salva es la unión con la persona que nos
vincula con el Padre, la fe en Cristo Jesús, porque el creyente no vive para sí
mismo, sino para saberse amado y perdonado, al estar unido y creer en el Hijo
de Dios que se entrego a sí mismo por todos los hombres (cf. 2,5-8). De esta manera conoceré a Cristo y
experimentaré el poder de su resurrección… (vv. 10-11). Aceptar a este Hijo
de Dios, es entrar en una profunda relación de identificación y seguimiento de
Cristo, en su entrega hasta la muerte, para ser también conformados a él en la
resurrección (cf. 1,29-30; Rm 8,32).
El cristiano puede responder al llamado de Dios imitando a Cristo y a
san Pablo (cf. Fil 3, 12-21; Gal 1, 16; Fil 2, 1-5; 2, 6-11; 3, 1-11). Si
nosotros nos hacemos semejantes a Dios, el nos hará semejantes a él, Fil 3,
20-21:
«20En cambio, nosotros somos
ciudadanos del cielo, y esperamos ardientemente que venga de allí como Salvador
el Señor Jesucristo. 21 El transformará nuestro pobre cuerpo mortal,
haciéndolo semejante a su cuerpo glorioso, con el poder que tiene para poner
todas las cosas bajo su dominio.»
II.
El Magisterio
El Papa
Benedicto XVI en su Audiencia General del año dedicado a san Pablo, abordo el
tema de san Pablo y los Apóstoles en relación con el seguimiento de Jesús.
Estas relaciones estuvieron siempre marcadas por un profundo respeto y por la
franqueza que en san Pablo derivaba de la defensa de la verdad del Evangelio.
Aunque era prácticamente contemporáneo de Jesús de Nazaret, nunca tuvo la
oportunidad de encontrarse con él durante su vida pública. Por eso, tras quedar
deslumbrado en el camino de Damasco, sintió la necesidad de consultar a los
primeros discípulos del Maestro, que él había elegido para que llevaran su
Evangelio hasta los confines del mundo.
En la carta a los Gálatas san Pablo elabora un importante informe
sobre los contactos mantenidos con algunos de los Doce: ante todo con Pedro,
que había sido elegido como Kephas, palabra
aramea que significa roca, sobre la que se estaba edificando la Iglesia (cf. Ga
1, 18); con Santiago, “el hermano del Señor” (cf. Ga 1,19); y con Juan (cf. Ga
2,9). San Pablo no duda en reconocerlos como “las columnas” de la Iglesia. Es
significativo el encuentro con Cefas
(Pedro), que tuvo lugar en Jerusalén: san Pablo se quedó con él 15 días para
“consultarlo” (cf. Ga 1,19), es decir, para informarse sobre la vida terrena
del Resucitado, que lo había “atrapado” en el camino de Damasco y le estaba
cambiando la vida de modo radical: de perseguidor de la Iglesia de Dios se
había transformado en Evangelizador de la fe en el Mesías crucificado e Hijo de
Dios que en el pasado había intentado destruir (cf. Gal 1,23).
¿Qué tipo de información sobre
Jesucristo obtuvo san Pablo en los tres años sucesivos al encuentro de Damasco?
En la primera carta a los Corintios podemos encontrar dos pasajes que san Pablo
había conocido en Jerusalén y que ya habían sido formulados como elementos
centrales de la tradición cristiana, una tradición constitutiva. Él los
transmite verbalmente tal como los había recibido, con una fórmula muy solemne:
“Os transmito lo que a mi vez recibí”. Insiste, por tanto, en la fidelidad a
cuanto él mismo había recibido y que transmite fielmente a los nuevos
cristianos. Son elementos constitutivos y conciernen a la Eucaristía y a la
Resurrección; se trata de textos ya formulados en los años treinta. Así
llegamos a la muerte, sepultura en el seño de la tierra y a la Resurrección de
Jesús (cf. 1Co 15, 3-4).
III. Palabra del Fundador
«San Pablo fue modelo en la fe. Cuando
en el camino de Damasco, apenas caído del caballo, oyó la voz del Maestro que
le dijo: ‘Yo soy Jesús a quien tú persigues’, ya no dudó de la verdad de la
religión cristiana y llevó su fe hasta los extremos confines de la tierra. La
anunció a los pastores de la llanura, a los habitantes de las montañas, a los
pueblos de entonces: gálatas, corintios, tesalonicenses, efesios, y su voz se
oyó en Atenas y en Roma, en Jerusalén y en todo el Oriente.
Su doctrina era tan clara, su fe tan
viva que conquistaba y, a la vez persuadía; por lo que con razón exclamó san
Juan Crisóstomo que san Pablo llevó a todos los pueblos en el corazón, y más
bien le faltaron a él los pueblos que no él a los pueblos.
Tuvo, pues, una fe firmísima, una
esperanza segura, una caridad ardiente: ¿Quién me separará del amor de Cristo?
Animoso y contento, salió al encuentro de la espada y de la muerte, espada y
muerte le rindieron un buen servicio pues le unieron más íntimamente a Jesucristo»[2].
Lo que esencialmente ocurre en
Damasco es, dicho con una fórmula tradicional pero que puede expresar muy
aproximadamente la experiencia, que Saulo reconoce a Cristo como su Señor en
todo el sentido que ese reconocimiento tenía. Tal reconocimiento no está
cargado en primer término de ideas, sino que es otra cosa más global, personal,
afectiva.
En otras palabras podemos decir, que
Pablo comienza a creer en el Señor Jesucristo, que pasa a la fe en el Hijo de
Dios, “que me amó y se entregó a la muerte por mi” (Gal 2, 20). Saulo se
convierte en cuento que cambia de vida y enfoca su existencia desde Jesucristo.
Para lograr que la vida religiosa
sea un paraíso en la tierra, necesitamos
una fe que nos haga ver siempre a Jesucristo en los hermanos[3]. Además,
la fe, es el elemento decisivo y esencial para que alguien esté en Cristo. La
característica inicial y más clara para poder hablar de que un ser humano está
en Cristo es que crea. Que sea creyente es lo que cambia a una persona de estar
sin Cristo a estar con Cristo.
Se puede comenzar diciendo que la fe
es lo que distingue a cristianos de no cristianos, a creyentes de no creyentes.
Es su fuente de identidad. La importancia de la fe, del creer, resulta
evidente, y casi no es preciso ponderarla. Ya desde el comienzo de su
correspondencia aparece la fe como la respuesta humana al anuncio del Evangelio
que Pablo reconoce en sus cristianos y por la que da gracias (1Tes 1, 3.7.8).
¿Por qué San Pablo es tan grande?
¿Por qué hizo obras tan maravillosas? ¿Por qué año tras año su doctrina, su
apostolado, su misión en la Iglesia de Jesucristo son siempre más conocidos, admirados y celebrados? Él es uno
de aquellos santos que día con día rejuvenecen, dominan, conquistan: ¿por qué?
La respuesta hay que buscarla en su vida interior. Allí está el secreto.
«Decía
san Agustín: ‘Fe es creer lo que no ves’, o sea admitir una verdad, no porque
se la entienda sino por el testimonio de otro; en este caso es Jesucristo mismo
quien habló predicando y hoy habla por medio de la Iglesia. Las verdades de la
fe tienen una seguridad absoluta.
La fe
es el fundamento de la vida espiritual: ‘Fundamento y raíz de toda
justificación’ (Concilio de Trento). ‘Sin fe es imposible agradar a Dios y
alcanzar su gloria: quien se acerca a él debe creer que existe y que
recompensará a quienes le buscan’ (cf. Heb 11,6).
Los dones de la ciencia,
de la inteligencia y de la sabiduría tienen en común que nos dan un
conocimiento experimental o casi
experimental, pues nos hacen conocer las cosas divinas no por razonamiento sino
en fuerza de una luz superior que nos las presenta como si tuviéramos
experiencia de ellas. Esta luz comunicada por el Espíritu Santo es ciertamente
la luz de la fe, pero más activa e iluminadora de lo habitual.
El don
de la ciencia nos hace juzgar
rectamente de las cosas creadas en sus relaciones con Dios. Se define así: un don que, por la acción iluminadora del
Espíritu Santo, perfecciona la virtud de la fe, haciéndonos conocer las cosas
creadas en su relación con Dios»[4].
La fe, es la raíz de toda santificación y de todo
apostolado y de toda estabilidad. Por ello, la vocación nace de una fe viva, y
se sostiene y activa si ésta se hace cada vez más iluminada, sentida,
practicada. El apostolado es irradiación de Cristo y de la verdad, de la moral
y del culto enseñados por él. Depende de Dios el fruto del apostolado, para que
las almas acojan el mensaje y se adhieran, porque la ciencia abre el camino a
la fe, pero no es la fe; y para que el apóstol trabaje con mérito: “Sin mí no
podéis hacer nada” (Jn 15,5)[5].
IV. Actualización
1. ¿Cuáles son las actitudes, valores de los que san Pablo se siente
orgulloso antes y después de su encuentro con Cristo? ¿Cuáles son los
sentimientos que nos unen a Cristo y reflejan la unidad en la fe?
¿Nuestra fe refleja el conocimiento que tenemos de Dios? ¿Con qué actos
concretos demostramos nuestra fidelidad a la Palabra de Dios?
2. San Pablo vivió su proceso de conversión cada momento de su vida.
¿Nosotros hoy cómo vivimos la conversión personal y comunitariamente?
3. ¿Qué resonancia tiene en mi vida, el ejemplo de fe, entrega y servicio
de san Pablo?
V. Bibliografía
1. Sagrada Escritura
RAMIREZ, Francisco, Gálatas y Filipenses, Navarra 2006.
RAMIREZ, Francisco, Gálatas y Filipenses, Navarra 2006.
2. Magisterio de la Iglesia
Benedicto XVI, Discurso en la Basílica de San Pablo de Extramuros, durante las Vísperas de la Solemnidad de san Pedro y san Pablo en 2008.
Benedicto XVI, Discurso en la Basílica de San Pablo de Extramuros, durante las Vísperas de la Solemnidad de san Pedro y san Pablo en 2008.
3.
Escritos del Fundador
ALBERIONE Santiago, Ut perfectus sit homo Dei, San Pablo, Roma
1998.
-------------------------,
Alma y cuerpo para el Evangelio, San Pablo, Roma 2005.
-------------------------, El apóstol Pablo,
inspirador y modelo, San Pablo, Roma 2008.
4. Carta del Superior General de la SSP, Agosto de
2012.
[1] Benedicto XVI, Discurso en la
Basílica de San Pablo de Extramuros, durante las Vísperas de la Solemnidad de
san Pedro y san Pablo en 2008.