miércoles, 3 de septiembre de 2014

TODOS SOMOS LLAMADOS A LA SANTIDAD

Todos somos llamados a la Santidad


“Educar sin el negarse a sí mismo (Mt 16,24) no formará buenos cristianos, y menos aún religiosos. En cambio, si se acostumbra al aspirante a las pequeñas renuncias, se le preparará a la renuncia general para profesar y vivir según el Evangelio y los ejemplos de Jesucristo” (UPS I, 460).






I.         La Palabra de Dios
“Ustedes son la luz del mundo…Brille su luz delante de los hombres, para que vean sus buenas obras y glorifiquen a su padre que está en los cielos” (cfr. Mt 5,14-16).
En el Evangelio de Mateo, el sentido de la metáfora luz del mundo adquiere claridad al relacionarla con el término santidad. La santidad es lo que proyecta la luz en el mundo. Los cristianos estamos llamados a ser luz, haciendo que la santidad de la vida de cada uno sea luz para quienes nos rodean y así formar una comunidad que sea la luz del mundo, de lo contrario seremos algo tan absurdo como la lámpara de aceite bajo el celemín (cfr. Mt 5,15), o sea, seremos una comunidad escondida, o un discípulo, religioso consagrado o laico que no da luz, que no irradia con su testimonio el calor del Evangelio.
El evangelista Mateo trata de que la vida de los cristianos actúe como testimonio de la fe para gloria de Dios. La luz del mundo toma forma, en las obras de los cristianos. Las obras de los cristianos son las que hacen brillar como una luz la exigencia, dirigida a todo el mundo, de “guardar todo lo que les he mandado” (cf. Mt 28, 20) [1].

II.      Magisterio
Papa Francisco en Audiencia general del 2 de octubre de 2013.
Los santos no son héroes, sino humildes pecadores que se dejan santificar por Dios. Para ser santo no hay que hacerle al fakir, ni un curso especial, hay que dar testimonio, hay que imitar a Cristo. Lo explicó el Papa Francisco en su homilía de hoy, y tomó como ejemplo de santidad a San Juan Pablo II:  el ‘gran atleta de Dios’ que murió doblegado por la enfermedad, humillado como Jesús. A pesar de que la Iglesia está llena de pecadores es santa porque Jesús la santifica cada día con su sacrificio eucarístico y todos estamos llamados a santificarnos en la vida cotidiana como hijos de nuestra Madre la Iglesia.
            “La Iglesia es santa: pero ¿cómo puede ser santa si todos estamos dentro de ella? Todos somos pecadores aquí. ¡Es la Iglesia la que es santa! Nosotros somos pecadores, pero ella es santa. Es la esposa de Jesucristo y Él la ama, Él la santifica, la santifica cada día con su sacrificio Eucarístico, porque la ama tanto. Y nosotros somos pecadores, pero en una Iglesia santa. Y también nosotros nos santificamos con esta pertenencia a la Iglesia: somos hijos de la Iglesia y la Iglesia Madre nos santifica, con su amor, con los Sacramentos de su Esposo [...]
            En esta Iglesia santa el Señor elige a algunas personas para hacer ver mejor la santidad, para mostrar que es Él el que santifica, que nadie se santifica a sí mismo, que no hay un curso para llegar a ser santo, que ser santo no es hacer el fakir o algo por el estilo … ¡No! ¡No es así! La santidad es un don de Jesús a su Iglesia y, para mostrar esto, Él elige a personas en las que se puede ver claramente su trabajo para santificar.
            La diferencia entre los héroes y los santos es el testimonio, la imitación de Jesucristo. Seguir el camino de Jesucristo”, el de la cruz. Y muchos santos acaban humildemente así. ¡Los grandes santos!
            Los últimos días de San Juan Pablo II… lo vimos todos: ya no podía hablar, el gran atleta de Dios, el gran guerrero de Dios termina así: doblegado por la enfermedad, humillado como Jesús. Éste es el camino de la santidad de los grandes. Y es también el camino de nuestra santidad. Si no nos dejamos convertir el corazón por este camino de Jesús, llevando la cruz cada día, la cruz ordinaria, la cruz sencilla, dejando que Jesús crezca; si no vamos por este camino, no seremos santos. Sin embargo, si seguimos por este camino, todos daremos testimonio de Jesucristo, que nos ama tanto. Y daremos testimonio de que, a pesar de que somos pecadores, la Iglesia es santa. Es la esposa de Jesús”
            ¿Están todos los fieles llamados a la santidad y al apostolado? Sí, todos los fieles están llamados a la santidad y al apostolado, sea cual fuere su condición, por el mismo hecho de haber recibido el Bautismo y la Confirmación (del Catecismo de la Iglesia Católica).


III.   Palabra del Fundador
Dárselo todo a Dios: en esto consiste la santidad: “Muy bien, empleado fiel y cumplidor; has sido fiel en lo poco, te pondré al frente de muchos” (Mt, 25,23).
            Rezo frecuentemente: “Padre, pequé contra el cielo y contra ti. Ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros” (Lc 15, 18-19). Así pretendo pertenecer a esta admirable Familia Paulina: como servidor ahora y en el cielo, donde me ocuparé de quienes emplean los medios modernos más eficaces para el bien: en santidad, los medios modernos más eficaces para el bien: en santidad, en Cristo, en la Iglesia (cfr. 1Cor 1,2; Ef 3,21)[2].
            En esta visión está la religión: dogma, moral y culto; en ella está Jesucristo integral, por esta devoción queda el hombre captado, conquistado por Jesucristo. La piedad es plena, y el religioso, como el sacerdote, crecen así en sabiduría (estudio y sabiduría celeste) en edad (madurez) y en gracia (santidad) hasta la plenitud y perfecta edad de Jesucristo; hasta sustituirse (éste) en el hombre o al hombre: “Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí” (Gal 2,20). En esta devoción confluyen todas las devociones a la persona de Jesucristo Hombre-Dios (cfr. AD 160).
            En el diario de Giaccardo permite entender por qué para el padre Alberione “buscar primero el reino de Dios” significaba concretamente buscar la santidad con la entrega total al apostolado de la prensa. Y hasta es impresionante constatar que, decenios más tarde, siga usando las mismas expresiones para comentar esta fórmula del pacto. Comentando Mt 6, 24-33 a las Pías Discípulas el 16 de septiembre de 1962, el padre Alberione dice. “Buscad el reino de Dios”, en primer lugar, y la santidad y las demás cosas serán la consecuencia. Este es el apostolado: buscar el reino de Dios con las adoraciones o con el servicio sacerdotal o con la liturgia. Pero sobre todo, para cada persona, la santidad. Primero que el reino de Dios esté en vosotros, es decir, que seamos santos, luego el reino de Dios en toda la tierra, y entonces todo lo demás viene por añadidura[3].
            El alma que aspira a santificarse entregándose de lleno a la vida apostólica con mengua y menoscabo de su vida de oración, ya puede despedirse de la santidad. La experiencia confirma con toda certeza y evidencia que nada absolutamente puede suplir a la vida de oración, ni siquiera la recepción diaria de los santos sacramentos. Son legión de almas que comulgan y los sacerdotes que celebran la santa misa diariamente y que llevan, sin embargo, una vida espiritual mediocre y enfermiza. La explicación no es otra que la falta de oración mental, ya sea porque la omiten totalmente porque hacen de manera imperfecta y rutinaria, que casi equivale a su omisión. El director espiritual debe insistir sin descanso en la necesidad de la oración. Lo primero que ha de hacerse cuando un alma se confíe a su dirección es llevarla a la vida de oración. No ceda en este punto. Pídale cuenta de cómo le va, qué dificultades encuentra, indíquele los medios de superarla, las materias que ha de meditar con preferencia, etc. no logrará centrar un alma hasta que consiga que se entregue a la oración de una manera asidua y perseverante, con preferencia a todos los demás ejercicios de piedad (UPS II, 58).
            “De todo esto saco provecho espiritual y orientación. No puede haber santidad donde no hay verdad, o al menos amor a la verdad; la santidad de la mente ocupa el primer lugar. No puede haber orientación sin la lógica; no puede haber amplitud de miras sin la metafísica; no puede haber camino seguro, sino en la Iglesia” (AD 92).
            Que todo sea para gloria de Dios y para la salvación de las personas y santificación nuestra, porque la santidad es un imán que atrae, y atrae especialmente los corazones puros e inocentes (cf. AD 340). 
                                                                    
IV.   Actualización
También hoy cada uno de los miembros de la Familia Paulina hemos de cuestionarnos sobre nuestra respuesta a la llamada de Dios. Él nos ha hecho el llamado a la vida, hemos sido creados para la santidad en cualquier estado o modo de vivir la vocación (sacerdocio, vida consagrada, matrimonio, familia, vida de soltería).
A cada uno Dios ha dado un don para corresponder al amor que nos ha dado en su Hijo Jesús, el don es el del discernimiento. En cualquier situación de la vida es necesario el discernimiento para saber actuar conforme al querer de Dios; si queremos podemos llamar a esto “santidad”, porque el discernimiento es la búsqueda de ese camino recto, el camino de Dios, de relaciones armoniosas que son “luz” para quienes nos rodean. Así que todos domos llamados a la santidad, esto es lo que nos distingue como cristianos y como miembros de la Familia Paulina.
 Preguntémonos:
ü  ¿Cómo entendemos hoy el llamado a la santidad? ¿debemos aspirar a ella?
ü  ¿Opto siempre por lo que me da VIDA en abundancia?
ü  ¿Soy luz para los demás? ¿Ser cristiano es lo mismo que ser santo?
ü  ¿Cuáles son las obras que me distinguen personalmente como cristiano, como consagrado?
ü  ¿Cómo vivir para alcanzar la santidad cada día? ¿Ser santo me hace más; en qué sentido?
El salmo 1 nos habla de las dos realidades del hombre, los dos caminos que se le proponen y las consecuencias de tal elección. Les propongo que meditemos estas palabras y nos identifiquemos con el hombre (y mujer) que este salmo nos presenta.
¡Feliz el hombre que no sigue el consejo de los malvados,
ni se detiene en el camino de los pecadores,
ni se sienta en la reunión de los impíos,
sino que se complace en la ley del Señor  y la medita de día y de noche!
Él es como un árbol  plantado al borde de las aguas,
que produce fruto a su debido tiempo,
y cuyas hojas nunca se marchitan:
todo lo que haga le saldrá bien.
No sucede así con los malvados:
ellos son como paja que se lleva el viento.
Por eso, no triunfarán los malvados en el juicio,
ni los pecadores en la asamblea de los justos;
porque el Señor cuida el camino de los justos,
pero el camino de los malvados termina mal.

V.      Oración
Oración para ser testigos fieles  (B. Alberione)
Escúchanos, oh Señor, en tu bondad;
haznos virtuosos de espíritu y modestos en el comportamiento,
a fin de que puedan reconocernos como discípulos de Jesús.
Nuestro comportamiento exterior no debe ser hipócrita,
ni una afectación, sino la expresión interior de humildad,
pureza, piedad, estima por el prójimo;
pero es necesario hacer el bien
del mismo modo delante de los hombres, donde quiera que nos vean,
para que te glorifiquen, oh Padre celestial.
Te lo pedimos por tu Hijo Jesucristo que te ha complacido en todo. Amén.
VI.        Bibliografía
Sagrada Biblia
ALBERIONE Santiago, Abundantes divitiae gratiae suae, San Pablo, Roma 1998.
___________________, Donec formetur Christus in vobis, San Pablo, Roma 2001.
LUZ  ULRICH, El Evangelio según San Mateo, Sígueme, Salamanca, 1993.

Tomado de pautas para retiro de Sociedad  San Pablo mx


[1] Cf. Ulrich Luz, El evangelio según san Mateo, I, 313.
[2] ALBERIONE Santiago, Abundantes divitiae gratiae suae (AD), San Pablo, Roma 1998, 4.
[3] Cf. ALBERIONE Santiago, Donec formetur Christus in vobis (DF), San Pablo, Roma 2001, 80 in.

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