Todos somos
llamados a la Santidad

I. La Palabra de Dios
“Ustedes son la luz del mundo…Brille su luz delante de los hombres, para
que vean sus buenas obras y glorifiquen a su padre que está en los cielos”
(cfr. Mt 5,14-16).
En el Evangelio de Mateo, el sentido de la
metáfora luz del mundo adquiere claridad al relacionarla con el término santidad.
La santidad es lo que proyecta la luz en el mundo. Los cristianos estamos llamados a ser luz, haciendo que la santidad de
la vida de cada uno sea luz para quienes nos rodean y así formar una comunidad
que sea la luz del mundo, de lo contrario seremos algo tan absurdo como la
lámpara de aceite bajo el celemín (cfr. Mt 5,15), o sea, seremos una comunidad
escondida, o un discípulo, religioso consagrado o laico que no da luz, que no
irradia con su testimonio el calor del Evangelio.
El evangelista Mateo trata de que la vida de
los cristianos actúe como testimonio de la fe para gloria de Dios. La luz del mundo toma forma, en las obras de los cristianos. Las obras de los cristianos son las que
hacen brillar como una luz la exigencia, dirigida a todo el mundo, de “guardar
todo lo que les he mandado” (cf. Mt 28, 20) [1].
II. Magisterio
Papa Francisco en Audiencia general del 2
de octubre de 2013.
Los santos no son héroes, sino
humildes pecadores que se dejan santificar por Dios. Para ser santo no hay que
hacerle al fakir, ni un curso
especial, hay que dar testimonio, hay que imitar a Cristo. Lo explicó el
Papa Francisco en su homilía de hoy, y tomó como ejemplo de santidad a San
Juan Pablo II: el ‘gran atleta de Dios’ que murió doblegado
por la enfermedad, humillado como Jesús. A pesar de que la Iglesia está
llena de pecadores es santa porque Jesús la santifica cada día con su
sacrificio eucarístico y todos estamos llamados a santificarnos en la vida cotidiana
como hijos de nuestra Madre la Iglesia.
“La Iglesia es santa: pero ¿cómo
puede ser santa si todos estamos dentro de ella? Todos somos pecadores
aquí. ¡Es la Iglesia la que es santa! Nosotros somos pecadores, pero ella es
santa. Es la esposa de Jesucristo y Él la ama, Él la santifica, la santifica
cada día con su sacrificio Eucarístico, porque la ama tanto. Y nosotros somos
pecadores, pero en una Iglesia santa. Y también nosotros nos santificamos con
esta pertenencia a la Iglesia: somos hijos de la Iglesia y la Iglesia Madre nos
santifica, con su amor, con los Sacramentos de su Esposo [...]
En
esta Iglesia santa el Señor elige a algunas personas para hacer ver mejor la
santidad, para mostrar que es Él el que santifica, que nadie se santifica a sí
mismo, que no hay un curso para llegar a ser santo, que ser santo no es hacer
el fakir o algo por el estilo … ¡No! ¡No es así! La santidad es un don de Jesús
a su Iglesia y, para mostrar esto, Él elige a personas en las que se puede ver
claramente su trabajo para santificar.
La
diferencia entre los héroes y los santos es el testimonio, la imitación de
Jesucristo. Seguir el camino de Jesucristo”, el de la cruz. Y muchos santos
acaban humildemente así. ¡Los grandes santos!
Los últimos
días de San Juan Pablo II… lo vimos todos:
ya no podía hablar, el gran atleta de Dios, el gran guerrero de
Dios termina así: doblegado por la enfermedad, humillado como Jesús. Éste es el
camino de la santidad de los grandes. Y es también el camino de nuestra
santidad. Si no nos dejamos convertir el corazón por este camino de Jesús,
llevando la cruz cada día, la cruz ordinaria, la cruz sencilla, dejando que
Jesús crezca; si no vamos por este camino, no seremos santos. Sin embargo, si
seguimos por este camino, todos daremos testimonio de Jesucristo, que nos ama
tanto. Y daremos testimonio de que, a pesar de que somos pecadores, la Iglesia
es santa. Es la esposa de Jesús”
¿Están todos los fieles llamados a la santidad y al apostolado? Sí, todos los fieles están llamados a la santidad y al apostolado,
sea cual fuere su condición, por el mismo hecho de haber recibido el Bautismo y
la Confirmación (del Catecismo de la Iglesia Católica).
III.
Palabra
del Fundador
Dárselo todo a Dios: en esto consiste la
santidad: “Muy bien, empleado fiel y cumplidor; has sido fiel en lo poco, te
pondré al frente de muchos” (Mt, 25,23).
Rezo
frecuentemente: “Padre, pequé contra el cielo y contra ti. Ya no merezco ser
llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros” (Lc 15, 18-19). Así
pretendo pertenecer a esta admirable Familia Paulina: como servidor ahora y en
el cielo, donde me ocuparé de quienes emplean los medios modernos más eficaces
para el bien: en santidad, los medios modernos más eficaces para el bien: en
santidad, en Cristo, en la Iglesia (cfr. 1Cor 1,2; Ef 3,21)[2].
En
esta visión está la religión: dogma, moral y culto; en ella está Jesucristo
integral, por esta devoción queda el hombre captado, conquistado por
Jesucristo. La piedad es plena, y el religioso, como el sacerdote, crecen así
en sabiduría (estudio y sabiduría celeste) en edad (madurez) y en gracia
(santidad) hasta la plenitud y perfecta edad de Jesucristo; hasta sustituirse
(éste) en el hombre o al hombre: “Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive
en mí” (Gal 2,20). En esta devoción confluyen todas las devociones a la persona
de Jesucristo Hombre-Dios (cfr. AD 160).
En
el diario de Giaccardo permite entender por qué para el padre Alberione “buscar
primero el reino de Dios” significaba concretamente buscar la santidad con la
entrega total al apostolado de la prensa. Y hasta es impresionante constatar
que, decenios más tarde, siga usando las mismas expresiones para comentar esta
fórmula del pacto. Comentando Mt 6, 24-33 a las Pías Discípulas el 16 de
septiembre de 1962, el padre Alberione dice. “Buscad el reino de Dios”, en
primer lugar, y la santidad y las demás cosas serán la consecuencia. Este es el
apostolado: buscar el reino de Dios con las adoraciones o con el servicio
sacerdotal o con la liturgia. Pero sobre todo, para cada persona, la santidad.
Primero que el reino de Dios esté en vosotros, es decir, que seamos santos,
luego el reino de Dios en toda la tierra, y entonces todo lo demás viene por
añadidura[3].
El
alma que aspira a santificarse entregándose de lleno a la vida apostólica con
mengua y menoscabo de su vida de oración, ya puede despedirse de la santidad.
La experiencia confirma con toda certeza y evidencia que nada absolutamente
puede suplir a la vida de oración, ni siquiera la recepción diaria de los
santos sacramentos. Son legión de almas que comulgan y los sacerdotes que
celebran la santa misa diariamente y que llevan, sin embargo, una vida
espiritual mediocre y enfermiza. La explicación no es otra que la falta de
oración mental, ya sea porque la omiten totalmente porque hacen de manera
imperfecta y rutinaria, que casi equivale a su omisión. El director espiritual
debe insistir sin descanso en la necesidad de la oración. Lo primero que ha de
hacerse cuando un alma se confíe a su dirección es llevarla a la vida de
oración. No ceda en este punto. Pídale cuenta de cómo le va, qué dificultades
encuentra, indíquele los medios de superarla, las materias que ha de meditar
con preferencia, etc. no logrará centrar un alma hasta que consiga que se
entregue a la oración de una manera asidua y perseverante, con preferencia a
todos los demás ejercicios de piedad (UPS II, 58).
“De
todo esto saco provecho espiritual y orientación. No puede haber santidad donde
no hay verdad, o al menos amor a la verdad; la santidad de la mente ocupa el
primer lugar. No puede haber orientación sin la lógica; no puede haber amplitud
de miras sin la metafísica; no puede haber camino seguro, sino en la Iglesia”
(AD 92).
Que todo sea para gloria de Dios y para la salvación de
las personas y santificación nuestra, porque la santidad es un imán que atrae,
y atrae especialmente los corazones puros e inocentes (cf. AD 340).
IV.
Actualización
También
hoy cada uno de los miembros de la Familia Paulina hemos de cuestionarnos sobre
nuestra respuesta a la llamada de Dios. Él nos ha hecho el llamado a la vida,
hemos sido creados para la santidad en cualquier estado o modo de vivir la
vocación (sacerdocio, vida consagrada, matrimonio, familia, vida de soltería).
A cada uno Dios ha dado un don para corresponder al amor que nos ha dado
en su Hijo Jesús, el don es el del discernimiento. En cualquier situación de la
vida es necesario el discernimiento para saber actuar conforme al querer de
Dios; si queremos podemos llamar a esto “santidad”, porque el discernimiento es
la búsqueda de ese camino recto, el camino de Dios, de relaciones armoniosas
que son “luz” para quienes nos rodean. Así que todos domos llamados a la
santidad, esto es lo que nos distingue como cristianos y como miembros de la
Familia Paulina.
Preguntémonos:
ü ¿Cómo entendemos hoy el llamado
a la santidad? ¿debemos aspirar a ella?
ü ¿Opto siempre por lo que me da
VIDA en abundancia?
ü ¿Soy luz para los demás? ¿Ser cristiano es lo mismo que ser santo?
ü ¿Cuáles son las obras que me distinguen personalmente como
cristiano, como consagrado?
ü ¿Cómo vivir para alcanzar la santidad cada día? ¿Ser santo me hace
más; en qué sentido?
El salmo 1 nos habla de las dos realidades del hombre, los dos caminos
que se le proponen y las consecuencias de tal elección. Les propongo que
meditemos estas palabras y nos identifiquemos con el hombre (y mujer) que este
salmo nos presenta.
¡Feliz el
hombre que no sigue el consejo de los malvados,
ni se detiene en el camino de los pecadores,
ni se sienta en la reunión de los impíos,
sino que se complace en la ley del Señor y la medita de día y de noche!
Él es como un árbol plantado al borde de las aguas,
que produce fruto a su debido tiempo,
y cuyas hojas nunca se marchitan:
todo lo que haga le saldrá bien.
No sucede así con los malvados:
ellos son como paja que se lleva el viento.
Por eso, no triunfarán los malvados en el juicio,
ni los pecadores en la asamblea de los justos;
porque el Señor cuida el camino de los justos,
pero el camino de los malvados termina mal.
ni se detiene en el camino de los pecadores,
ni se sienta en la reunión de los impíos,
sino que se complace en la ley del Señor y la medita de día y de noche!
Él es como un árbol plantado al borde de las aguas,
que produce fruto a su debido tiempo,
y cuyas hojas nunca se marchitan:
todo lo que haga le saldrá bien.
No sucede así con los malvados:
ellos son como paja que se lleva el viento.
Por eso, no triunfarán los malvados en el juicio,
ni los pecadores en la asamblea de los justos;
porque el Señor cuida el camino de los justos,
pero el camino de los malvados termina mal.
V.
Oración
Oración
para ser testigos fieles (B. Alberione)
Escúchanos, oh Señor, en tu bondad;
haznos virtuosos de espíritu y modestos en el
comportamiento,
a fin de que puedan reconocernos como discípulos
de Jesús.
Nuestro comportamiento exterior no debe ser
hipócrita,
ni una afectación, sino la expresión interior de
humildad,
pureza, piedad, estima por el prójimo;
pero es necesario hacer el bien
del mismo modo delante de los hombres, donde
quiera que nos vean,
para que te glorifiquen, oh Padre celestial.
Te lo pedimos por tu Hijo Jesucristo que te ha
complacido en todo. Amén.
VI.
Bibliografía
Sagrada
Biblia
ALBERIONE Santiago, Abundantes
divitiae gratiae suae, San Pablo, Roma 1998.
___________________, Donec formetur Christus in vobis, San Pablo, Roma 2001.
LUZ
ULRICH, El Evangelio según San Mateo, Sígueme, Salamanca, 1993.
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