SANTIAGO ALBERIONE Y EL APOSTOLADO BÍBLICO.
El Padre Santiago Alberione fue un gran apasionado de la
Biblia. El apostolado bíblico era el vértice de sus pensamientos y proyectos,
convencido como estaba de haber recibido una especial vocación con miras a la
Palabra, cuyo primer “editor” es Dios mismo.
Esta pasión por la Biblia se manifiesta ya en los primeros
años de su vida sacerdotal. Era agosto de 1907 cuando organizó en la catedral
de Alba “tres jornadas dominicales de la Biblia, explicándola en forma
catequística” (Abundantes divitiæ, 138). Era una iniciativa de importancia
histórica, si se tiene en cuenta el cuadro sociorreligioso evocado por el
propio Alberione en la historia carismática de la Familia Paulina: “Por
entonces tan solo algunas personas, y raramente, leían el Evangelio; como
asimismo se frecuentaba poco la Comunión. Existía una especie de persuasión de
que no se podía dar al pueblo el Evangelio, y mucho menos la Biblia...” (AD
139).
La Obra de la Biblia es resueltamente la primera en las
intenciones del Fundador y también la más cuidada. Tenía un gran sueño: el
Evangelio en cada familia. Y los sueños el Padre Alberione no los abandonaba
nunca. Era tozudo e iba hasta el final, importunaba al cielo y a todos sus
habitantes –Trinidad Santa, María Reina de los Apóstoles, san Pablo y demás
santos– para que los sueños se hicieran realidad: 40.000 ejemplares del
Evangelio en la tercera edición de 1923. Mucho se empeñaron la Unión
Cooperadores y Vida pastoral en publicitar la iniciativa y buscar ofertas “para
dar el Evangelio o al menos disminuir el costo”.
El 1924, año decenal de la fundación, se coronó con el
nacimiento de la Sociedad Bíblica. El estatuto, aprobado por monseñor Francisco
Re y publicado en Unión Cooperadores del 15 de febrero de 1924, presenta ya
claramente los tres pilares sobre los que se articula la obra bíblica de la
Familia Paulina: socios, ediciones, campañas promocionales. Me limito a
recordar lo concerniente a los socios: se comprometen en primer lugar a rezar,
ofreciendo por el apostolado bíblico al menos una comunión por semana… Esta
especie de comercio espiritual da que pensar: el Fundador ciertamente no
despreciaba las ofertas de tiempo y dinero, y apuntaba mucho a la organización,
pero todo lo basaba en la oración.
En 1933 se constituye la Liga para la lectura diaria del
Evangelio: un acontecimiento pastoral notable para aquellos tiempos en que la
proclamación del Evangelio en ámbito litúrgico se hacía en latín y al pueblo se
le educaba a las devociones más que a la escucha de la Palabra. La Biblia se
veía lejana y con recelo: “Era casi exclusiva de los no católicos”, anota el
Padre Santiago Alberione (Abundantes divitiæ, 139). Y él, como auténtico hombre
de Dios, en la humildad y el silencio, abre nuevos caminos, ensancha los
horizontes e invita a leer cotidianamente la sagrada Escritura.
El 14 de octubre de 1960 Juan XXIII aprueba la Sociedad
Bíblica Católica Internacional (Sobicain) que pretende promover la formación
bíblica mediante cursos, semanas de estudio, encuentros. En la misma
perspectiva se colocaba el centro Ut unum sint, dirigido por las Hijas de San
Pablo, en eficiencia desde 1960 con unos 15.000 inscritos al año. Gran tarea,
pues, de la Familia Paulina a favor del conocimiento y difusión de la Biblia.
Pero, ¿cómo leía la Biblia el Padre Alberione? Él, tan
preocupado por editarla, difundirla y darla a conocer, ¿cómo se acercaba al
texto sacro? Habría que penetrar su coloquio íntimo en la clase del Maestro,
cuatro horas al día. Rezuma de Biblia toda su enseñanza, pues de Biblia nutría
su oración. No raramente en sus pláticas e instrucciones resuenan citas
explícitas, las más de las veces en latín, según el texto de la Vulgata que le
era familiar. Pero son inmensamente más las alusiones y las referencias
implícitas al sagrado texto, porque este hombre de Dios tenía la Biblia tan bien
masticada y metabolizada que constituía la vida de su vida, alimento de sus
pensamientos, combustible de sus afectos. Se dejó compenetrar de la Palabra de
Dios como por espada de dos filos (cf. Hb 4, 12), captó el gran horizonte
histórico salvífico de la Biblia y la perspectiva cristológica que la surca. En
la escuela de san Pablo descubrió la llave hermenéutica que abre el sentido
último de las Escrituras: Cristo. De él hablan en efecto Moisés y los Profetas
(cf. Lc 24, 27), él es el amén de Dios a todas sus promesas.
Consiguientemente el Padre Alberione encuentra en la Biblia
toda la Verdad, encuentra el Camino y la pedagogía, encuentra la plenitud de la
Vida, o sea a Cristo. De aquí su creciente pasión comunicativa: Evangelium,
Evangelium… No como un libro para hermosear la biblioteca, sino como libro para
tomarlo en la mano, leer, orar y meditar; lámpara y brújula en el camino de la
vida.
En las paredes de los locales donde sus hijos trabajaban
para imprimir la Biblia se desgranaban frases sacadas particularmente de los
Evangelios y de las cartas de Pablo. El texto sacro legible también en el lugar
de trabajo debía contribuir a una constante familiaridad con la palabra del
divino Maestro y a reavivar el espíritu apostólico.
Como auténtico enamorado de la Biblia, Santiago Alberione se
preocupó de nutrir con este pan divino la vida espiritual y apostólica de sus
hermanos. La invitación de Jesús "Venid todos a mí", leída en la
puertecita del Sagrario de la catedral albesa en la luminosa noche carismática
del 1900, le acompañó como una irresistible llamada: "Venid todos a mi
escuela", nutríos de Evangelio.
Proponía un culto litúrgico de la Biblia, análogo al de la
Eucaristía. “Es preciso tratar el Evangelio con veneración”, repetía. Y “sobre
todo vivirlo en la mente, en el corazón y en las obras” (Abundantes divitiæ,
142). Animaba a los fieles a manifestar la propia adhesión mediante un
formulario en línea con las promesas bautismales: “Prometemos leer un paso de
tu Evangelio cada día en nuestras familias, y vivir según tu enseñanza”.
La conexión del beato Santiago Alberione con la Biblia es el
trinomio Camino, Verdad y Vida. Lectura sapiencial que involucra la persona
entera: mente, voluntad y corazón. Una Biblia que debe dar forma a la cultura,
el arte, la ética, el culto, la vida social y política. En fin, una Biblia que
pueda aún fermentar los sueños, las esperanzas y la historia del pueblo de
Dios.
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